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LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y SU PAPEL EN LA CONSTRUCCIÓN DE UNA ÉTICA DE MÍNIMOS

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José Luis Flores Torres

Los medios de comunicación, desde finales del siglo XIX, se han significado como algo más que simples artefactos presentes en la vida del hombre. En realidad, con el paso de los años el ser humano aprendió a ver a la tecnología como a un viejo amigo al se puede recurrir en todo momento. Así lo medios han sido abordados desde diversos enfoques teóricos y metodológicos. Con los estudios del norteamericano Harold Lasswell sobre el proceso de comunicación masiva (generado a partir de la novedosa tecnología de la radio, el cine y la moderna prensa) se inaugura a principios del siglo XX un enfoque analítico centrando en el estudio del canal (o medio) y en los efectos generados por los mismos en la audiencia.
Después, con el invento y la popularización de la televisión este enfoque teórico prevaleció y empezó a señalársele, como indica Jiménez (2016, p.83), como la “caja idiota” generadora de contenido basura, dirigido a un público manipulable, que creía invariablemente lo que los malvados empresarios (en conjunto con el gobierno) se empeñaban en transmitir. A este enfoque se le llamó funcionalista y resultaba al mismo tiempo simple y políticamente correcto. En esta lógica el pueblo bueno se encontraba a merced de los rapaces empresarios y políticos que se empeñaban en tratarlos de convencer de los más increíbles y malvados fines consumistas y de manipulación política. Con el tiempo este enfoque sufrió modificaciones además de que surgieron perspectivas distintas de estudiar a los mass media.
En realidad, el asunto de la relación entre los medios y las audiencias no es tan simple, explica el propio Jiménez (2016, p.86), ya que al analizar a la sociedad hoy desde las ciencias sociales y las humanidades obliga a reconocer la singularidad de los fenómenos. Es decir, la acción de ver la televisión es un acto en gran medida individual y por ello las lecturas que se le dan a los contenidos son casi siempre diferenciadas. Esto nos hace pensar en el proceso de recepción a partir de las mediaciones sociales, es decir desde los espacios simbólicos y culturales que le permiten al individuo crear sentido en un contexto sociohistórico concreto.
Acierta Guerrero Espinosa al señalar (2016, p.145) que los niños aprenden lo que viven en casa y es necesario cuestionarse si se está educando al individuo en una cultura reflexiva, pensante y crítica, con capacidad de solucionar conflictos mediante el diálogo. Es decir, cuando el niño está frente a la pantalla, no está del todo abandonado, ya que lo acompaña todo un repertorio social, cultural y desde luego ético que lo hace capaz de diferenciar el bien del mal (aunque lo diga la televisión). Así resultará irresponsable señalar como únicos villanos en los casos de bulling entre menores, a la televisión o a los videojuegos sin antes analizar su entorno más próximo (la familia). Agrega Jiménez (2016: 89) que lo que sucede en el entorno familiar, íntimo o personal se refiere a cuestiones éticas que en muchos modos tiene que ver con lo social, con lo colectivo.
Entonces aquí el conflicto se sitúa al buscar hacer empatar lecturas individuales y diferenciadas de los medios masivos de comunicación con una ética que no solo apele a la persona sino al colectivo. Se trata, agrega Jiménez (2016, p.90), de entender a la ética como algo que está más allá del bien y del mal, que no se reduce a lo bueno, a lo correcto, sino a diversos modos y costumbres que la gente tiene de conducirse (y) encuentra su límite en la vida misma.
Esta postura frente a los valores y la conducta humana se conoce como pragmatismo ético y pasa del kantiano imperativo categórico (que impacta en el ser independientemente de su entorno) y se sitúa, como lo explica Jiménez (2016, p.84) como una serie de hábitos y creencias que se expresan de manera práctica en un mundo real, presente pero que aluden siempre a un horizonte de expectativas en un mundo posible.
En este sentido la televisión, y la mayoría de los medios masivos, en diversos momentos han jugado una suerte de rol de villanos a los cuales se hace responsables de muchos de los males que aquejan al mundo. No obstante, es justo señalar esta perspectiva culpígena de la televisión tiene cabida solo cuando se idealiza su impacto pensando que cumplen roles para los cuales en realidad no fueron creados.
Es importante no olvidar que la televisión no está hecha expresamente para educar sino, señala Jiménez (2016, p. 87), es principalmente un producto del capitalismo, una mercancía, un medio mercantil, no una institución de beneficencia o de cultura, aunque en algunas circunstancias ofrezca estos servicios, ya sea por ley o conveniencia. Justamente por esto Guerrero (2016, p.145) señala la necesidad de que la programación de contenidos televisivos atienda al interés superior de los menores, es decir que procuren que los programas de esparcimiento dejen en los niños mayor interés en programas de cultura, ciencia y arte, para que por medio de la televisión puedan aprender y generar mentes que indaguen y no repitan lo que ven en pantalla.
Es desde luego innegable el poder de penetración que tiene un medio como la televisión y hoy en día las redes sociodigitales. Por ello resulta indispensable pensar en el sentido de la ética y la participación de la ciudadanía y del Estado en el establecimiento de un marco legal que establezca reglas claras en cuanto a la operación de la industria televisiva.
Por ello Guerrero (2016, p.153) pone énfasis en la función rectora del Estado frente a los medios, ya que debe garantizar una ética de mínimos y debe procurar que sean los ciudadanos quienes ejerzan estos derechos mínimos.
Desde esta perspectiva la ética de mínimos es a la vez una ética de justicia centrada en la comunicación efectiva, es decir en aquellas formas de comunicación que apelan a la búsqueda del bienestar y que para ello precisa que se cumplan cabalmente los objetivos implícitos en el mensaje, haciendo viable la convivencia humana.
En contraposición el riesgo queda implícito cuando, según Jiménez (2016, p.87) el Estado transfiere sus obligaciones públicas a intereses privados o, cuando se hace de la seguridad pública un montaje o una telenovela, cuando la educación queda en manos no de las escuelas y universidades, cuando la salud o la información sustancial para la población es un simple y gran negocio, los aspectos éticos y de conducta ética se trastocan.
En tal escenario una ética de mínimos resulta a todas luces impensable.
En suma, la constitución de un nuevo horizonte ético referido a las empresas de comunicación es un pendiente ineludible para propiciar que el papel que jueguen los medios (y en especial la televisión) en la sociedad, vaya más allá que el de ser empresas rapaces que convierten el entretenimiento en mercancía dejando de lado la posibilidad de ser factores que contribuyan a constituir el bienestar a partir de la comunicación y de la convivencia democrática.
REFERENCIAS
Guerrero, Nicéforo. (2016). Eticidad, Telecomunicaciones y Derechos Humanos. En Del Prado, Rogelio (Coord.) Ética y derechos de las audiencias. Editorial Limusa.
Jiménez, Marco Antonio. (2016). Pragmatismo Ético y Audiencias Televisivas. En Del Prado, Rogelio (Coord.) Ética y derechos de las audiencias. Editorial Limusa.

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