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DE LA COMUNICACIÓN POLÍTICA O DE CÓMO ELIMINAR LA VIDA PRIVADA

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Iveth Serna

Todo lo que el hombre hace es político, decir lo contrario sería menospreciar su condición de “ser social” y negar su capacidad comunicativa. La crisis de la política es, en tanto, una crisis conceptual.

De origen, etimológicamente la palabra “política” deviene del griego pólis que significa ciudad y que encuentra su equivalente latino en civitas, derivando de ahí conceptos poderosos para la vida del hombre como civil, cívico, ciudadano.

Tratar de despojar el empoderamiento que el hombre adquiere en el lenguaje mediante el intento descafeinado de convertir el animal político (zoon politikón) de Aristóteles, en un simple animal cívico, es un sinsentido que entendemos como un intento de manipulación lingüística que solo conviene a quienes intentan limitar la condición ciudadana a portarse bien y cumplir con las leyes, aunque éstas sean arbitrarias.

Es la forma histórica del ejercicio del poder (o mal ejercicio del poder) lo que ha dado la connotación negativa a la política como algo exclusivo de cierto grupo de personas que tienen bajo su responsabilidad la administración pública, valiéndose de ello para tener acceso a privilegios y que, con tal de conservarlos, son capaces de los actos más indignos que nos podamos imaginar.

Este abuso inmoral del ejercicio del poder que es lo que ha llevado a que la política, como concepto, se encuentre sumamente desvirtuada, instalando la idea en el colectivo de que es algo perverso e ilegítimo, una profesión practicada por aquellos que tienen un sistema ético y de valores bastante cuestionables.

Pero de origen (etimológico al menos), todos somos políticos, el humano es una clase política en conjunto en tanto que como seres sociales en ningún momento de nuestra vida estamos descontados de lo que es público, de la comunidad que se origina y evoluciona mediante el mayor bien común que tenemos; el lenguaje.

El lenguaje, como algo que es de todos y de nadie, es donde construimos la política y donde nos jugamos la posibilidad de volver a reconocer a la comunicación como un bien colectivo, como un bien común, como el bienestar, como el buen vivir.

En la práctica comunicativa es común llamar “clase política” como calificativo un tanto glamoroso y un tanto perverso, a aquellos que no tienen más mérito que sostener la responsabilidad conferida por la comunidad de ejercer y vigilar la buena administración de la cosa pública, seguir viéndolos como una élite especial, superior y privilegiada, es reforzar la idea exclusiva y excluyente de lo público, de lo común, por tanto, nos despoja de nuestro poder en el más amplió sentido de la ciudadanía, de animales políticos, negando con ello también nuestra existencia colectiva, privatizándonos.

Los mismos responsables de la administración pública cuando quieren legitimar un tema piden “despolitizarlo” cuando lo que hay que hacer es despojarlo de los intereses contrarios a la comunidad, de los intereses privados y eso es justamente politizar.

No hay que despolitizar las causas, los espacios o las relaciones para hacerlas legítimas, nada más absurdo que ello, al contrario, hay que volver a politizarlo todo, o más bien, hay que reconocer la política en todo, en el sentido de que hay que hacerlo público, común, someterlo a la discusión. Salir de la vida privada y comprometernos con lo público.

La prensa ha contribuido enormemente a desvirtuar los conceptos y pervertir el lenguaje. Una mala prensa es una tragedia nacional en tanto que contribuye a privatizar al ciudadano, no como una estrategia maquiavélica para contribuir a que los mismos grupos conserven el poder (que ocurre), sino como una manifestación de su profunda ignorancia del lenguaje y de incomprensión de conceptos.

Tenemos una prensa lingüísticamente incapaz e indefensa, esta incapacidad los vuelve limitados para comprender la realidad y más aún, para poder transmitirla con el gran sentido de responsabilidad que implica construir espacios informativos.

Como seres lingüísticos debemos reivindicar la política como algo inherente a nuestra condición humana y jurídica. Lo primero que hay que hacer es reconocer que la política no es ajena a nosotros, al contrario, cubre todo el espacio de nuestra vida, todo lo que nos rodea es político; la familia, la escuela, la iglesia, el trabajo, las manifestaciones públicas, los programas de televisión, las redes sociodigitales, los productos culturales, incluso las relaciones personales son políticas.

Pero ¿cómo salimos de este círculo vicioso de deformación de conceptos? Roberto Esposito nos deja algunas pistas para lograrlo cuando menciona que solo el origen da luz a la actualidad, y en este sentido nos recomienda volver al significado original de la polis, de la comunidad; el lenguaje.

Para lograrlo hay que equilibrar el ejercicio del poder mediante la resignificación de las dimensiones de la vida común mediante la recuperación del espíritu comunitario y la eliminación de la vida privada, que esto último no debe confundirse con la intimidad, ni debe leerse desde la lógica liberal de mercado.

Toda comunicación es política y toda política es común, este es el círculo virtuoso al que aspiramos regresar.

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