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AMLO, EL CONCILIADOR

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Iveth Serna

La mitad del éxito en la política depende de saber leer los tiempos, la otra mitad es cosa del azar. Con su visita a Washington el presidente Andrés Manuel López Obrador se jugo su bala de plata y ganó, al menos, hasta que el resto de lo jugadores muevan sus cartas.

La decisión ha sido cuestionada por propios y extraños, pero nada resume tan claramente el quehacer político y el ejercicio de gobierno que aquella frase expresada por Enrique Peña Nieto en aquel 2017 cuando explicó el aumento a la gasolina; “¿Que hubieran hecho ustedes?”.

¿Qué hubiéramos hecho nosotros si gobernáramos un país en el que, de acuerdo con el CONEVAL, la COVID 19 dejará 9 millones de nuevos pobres en un contexto de contracción económica del 10.5% según estimaciones del FMI y dónde el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) anuncia una tasa creciente de 27 homicidios por cada cien mil habitantes en manos del narcotráfico?

Bajo este panorama, sería difícil no contrariar al líder de un país que nos guste o no, es nuestro principal socio comercial y cuyas remesas, del orden de los “35 mil mdd al año representan la principal fuente de ingresos para nuestro país y son una bendición”, como lo López Obrador en la entrevista que ofreció en Miami a Telemundo a su vuelta a México.

Y solo un día después Trump reveló al periodista José Díaz-Balart, en exclusiva para la misma cadena televisiva, que realizaría una orden ejecutiva en la que se incluiría la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) en el proyecto migratorio, abriendo la posibilidad de legalización de 700 mil migrantes conocidos como dreamers.

Pero en esta vida nada es gratis y en política mucho menos. El precio que AMLO tuvo que pagar no fue aguantar los duros reproches de simpatizantes y opositores, ni tener que reconocer, también ante Telemundo, que aquello que escribió en el libro “Oye, Trump”, ya no refleja su pensamiento actual.

El precio parece mucho más alto que eso y precisamente tiene que ver, sí, con los “acuerdos tácitos” de los que habló el presidente en su discurso del Jardín de las Rosas. ¿Cuáles serán estos acuerdos que no se dicen, pero se suponen? ¿Tendrán que ver con la solicitud que el jefe de la diplomacia de Estados Unidos, Mike Pompeo, hizo al presidente Obrador unos días antes de su visita a Washington?

“Necesitamos que el gobierno mexicano dé un paso adelante y haga más para crear un conjunto de instituciones democráticas en Venezuela”, dijo Pompeo ante el Consejo de las Américas, la mayor organización empresarial estadounidense cuyo objetivo es promover los mercados abiertos en todo el continente americano y pieza fundamental para la reactivación y mejora económica de México.

Si, en Miami, en el mismo lugar donde detuvieron al ex gobernador de Chihuahua César Duarte y donde AMLO realizó una escala en su “inusual” ruta de regreso a México (inusual porque la ruta comercial más común es con escalas en Atlanta y Charlotte), Trump manifestó su total apoyo a la causa de los exiliados cubanos y venezolanos, siempre respaldo por el congresista republicano Mario Díaz-Balart.

El encuentro fue en la iglesia Doral Jesus Worship Center, recientemente acusada de fomentar un ataque a la embajada cubana y donde, como dijo a Trump a AMLO, también el jardín de las rosas, “nos une la fe”.

El mayor reproche de la visita de AMLO a Washington fue el tema migrante, sin embargo, fue el más importante “tácitamente”. Si bien el presidente mexicano no se reunió con los migrantes mexicanos, en todos sus discursos se dirigió a los “migrantes de todo el mundo”.

Y el mensaje llegó, la prensa sudamericana y sobre todo la de Venezuela, Bolivia, Cuba y Nicaragua, no vieron con gusto la reunión y el discurso del presidente mexicano, e hicieron eco a la declaración de Jorge Castañeda respecto a que el encuentro fue un “espaldarazo electoral”.

Sin embargo, hay que recordar que, desde el inicio de su administración, el presidente Obrador ha manifestado respeto por la soberanía de todos los países de América manteniéndose al margen de las decisiones políticas y electorales de cada nación, reiterando su intención de construir lazos de cooperación a favor de la región.

Este talente de inclusión se manifestó, primero, en la asistencia del Nicolás Maduro a la comida que se celebró en Palacio Nacional con motivo de la toma de protesta de AMLO y, después, en el llamado que el venezolano hizo al mexicano desde la Habana, a encabezar “un nuevo frente progresista” en América Latina y el Caribe.

Asimismo, el gobierno de López Obrador ayudó al ex presidente de Bolivia, Evo Morales a salir de su país luego de su renuncia a la presidencia en medio de una crisis postelectoral y, luego de casi un mes de estancia en nuestro país, el boliviano manifestó en una carta dirigida al Ejecutivo Nacional que «México no solo salvó mi vida, sino también me ofreció cobijo y me acogió con gran calidad humana».

Mientras que, en octubre de 2019, el presidente de Cuba Miguel Díaz-Canel también viajó a México para sostener una reunión con su homologo mexicano en la que se discutieron temas de cooperación y desarrollo para ambos países.

Es verdad que, al mantener las relaciones con Estados Unidos, el presidente se defiende a sí mismo y, en cierto modo, a México y que la alianza con nuestro vecino del norte nos trae también consecuencias positivas, que van más allá de la romántica defensa de la no intervención, o del patriótico rechazo a la Doctrina Monroe.

Pero también es cierto que los “tiempos” y la postura política que ha mantenido hasta el momento, le han dado el presidente Andrés Manuel López Obrador la oportunidad de convertirse en el conciliador de América.

“La política es tiempo”, afirma el presidente, pero como también dijo “vamos a esperar los resultados (electorales)” para saber si el azar jugó a nuestro favor. Al tiempo.

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