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REFUGIOS

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Lorena Elizabeth Hernández

En junio de 2016 tuve que huir de mi casa, con mi hija, que era entonces una bebé. Huí de un agresor, un hombre violento, el padre de ella y quien hasta entonces fue mi pareja. Nos fuimos porque ese día, un domingo, volvió a lastimarme a pesar de que había prometido cambiar. Huí porque ese día pude reconocer que mi vida y la de mi hija estaban en riesgo. Y porque tenía mucho miedo. Nos fuimos a un hotel, una noche. Tuve que dejar mi casa, a pesar de que yo la pagaba, por seguridad. Después nos mudamos al departamento de una amiga, donde estuvimos resguardadas varios días. Luego viajamos a Tepic, de donde soy originaria, mientras intentaba volver a respirar y entender lo que me sucedía y cómo defendernos.
Desde entonces, hace casi tres años, he pasado por agencias de Ministerios Públicos, Juzgados familiares, Juzgados penales, policías, abogados, órdenes de restricción, agresiones no sólo a mí sino a mi entorno cercano, amenazas y miedo, mucho miedo.
He tenido, para nuestra fortuna, el apoyo de mis más cercanos pero también la crítica de (pocas) personas quienes no pudieron entenderme y en su lugar me revictimizaron: «¿cómo es posible que tú lo permitieras?” (las víctimas en este país siempre tenemos la culpa) pregunta que coincide con una de las burlas preferidas del violentador: “¿quién te va a creer?”.
En este doloroso y largo proceso hemos logrado (abogados de oficio y MPs y gente sensibilizada, mucha de ésta en el sector público) una sentencia condenatoria por violencia intrafamiliar que siempre me dijeron sería imposible de obtener. 
La primera vez que llegué con una autoridad en 2016 se trató de desalentarme para que no interpusiera la denuncia. El juicio resuelto a mi favor hoy está en la fase final, pues el agresor que por cierto es abogado pidió un amparo. Si se confirma la sentencia, ésta va a sentar precedente en la CDMX, donde se lleva el caso. Falta la última parte aunque confieso que para mí es ya un triunfo haber obtenido esta condena cuando sé que hay miles de mujeres que no tienen posibilidades de lograrlo porque todo el sistema está hecho para que nos vuelvan nada, para invisibilizarnos, para callarnos, para violarnos, incluso para asesinarnos. 
En este trayecto se me ha ofrecido en varias ocasiones refugio en espacios dedicados para tal fin en la Ciudad de México. He estado en grupos de apoyo a mujeres violentadas. Las historias son terribles. Mujeres golpeadas, vejadas, despojadas de sus casas, de sus hijos, de su dignidad. Mujeres sin redes para ser apoyadas, mujeres a las que sus propias familias envían de nuevo con esos hombres que volverán a lastimarlas y que, incluso, las van a asesinar. 
Si bien nunca recurrí a un refugio, por tener la suerte de contar con alternativas, sé que estos espacios pueden ser la diferencia entre vivir y morir.
Basta de violencia contra las mujeres y niñas. Necesitamos, todas, apoyo familiar, de los amigos, del trabajo y principalmente institucional, del Estado Mexicano en su conjunto, para detener esta oleada infame de agresión, de daño, de golpes, de muerte. 
Necesitamos también de los hombres que no agreden. Necesitamos de la sororidad de las mujeres que no han vivido estas historias. Les necesitamos.

@lorenaleer

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