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RAFAEL MURÚA MANRÍQUEZ

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Guillermo Noriega

Uno nunca se imagina tener que escribir y publicar líneas sobre el asesinato de un amigo.
En 2007 llegó a Sonora Ciudadana A.C. un joven estudiante de la licenciatura en Comunicación. Buscaba realizar sus prácticas profesionales y -decía- quería hacerlas en un lugar donde pudiese aportar algo. Fueron buenos años.
Rafael usaba un peinado de cabello enredado y tejido conocido como “rastas”, era delgado y de inmejorable trato. De hecho era, como se dice regularmente, pura “buena vibra”.
Originario de Santa Rosalía, Baja California Sur, vino a Hermosillo a realizar sus estudios universitarios. Costeó sus gastos de diversas maneras, especialmente realizando malabares con fuego en las esquinas de la ciudad o en eventos. Eso me despertaba una particular admiración porque cuando se quiere, se puede.
Nos ayudó en la producción y conducción del programa radiofónico “Transparencia al Aire” que tuvimos por algunos años en la frecuencia 95.5 FM, en la extinta radio comunitaria conocida como “Radio Bemba”, desde ahí se enamoró del ejercicio periodístico libre.
Perdió a su padre en un desastre natural ocasionado por un huracán y regresó a su ciudad natal.
Al tiempo se las arregló para fundar Radio Kashana 93.3 FM y obtener un permiso federal para transmitir como radio comunitaria. Conformó una ONG y un medio de comunicación independiente al servicio de su comunidad. Desde ahí cumplía su sueño.
Lo vi apenas hace unos meses en un lugar de diversión infantil aquí en Hermosillo. Ambos llevábamos a nuestros hijos y tuve la oportunidad de platicar bastante con él, me contaba de su vida en Santa Rosalía, de sus tres hijos y cómo su esposa Lucía le apoyaba en sus locuras, de sus logros y de lo difícil que es realizar periodismo independiente y crítico en su comunidad. Rafael había ya solicitado desde el 2017 el amparo del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas del Gobierno Federal toda vez que había sido objeto de amenazas por una nota publicada.
Después de un tiempo fuera de su Estado y con las precauciones debidas regresó a realizar su labor periodística y servir a su sociedad. Era la única radio de su comunidad e incluso niños de primaria tenían espacios en los que procuraban una sana convivencia.
El pasado 14 de noviembre publicó una columna donde confesó que sentía miedo y dejaba por sentado que no nada más estaba siendo objeto de acoso. “Creo que nunca podrán reparar el daño al ver la tranquilidad de mi familia interrumpida por la intolerancia de quien sea que esté detrás de esto”- señaló.
En su texto él mismo describió las distintas amenazas de las que fue objeto, como cuando una bala quebró un vidrio de la segunda planta de su hogar familiar.
“Esa misma noche me estaban advirtiendo que pronto iban a asesinarme”- señaló. Cuando lo leí, se me erizó la piel.
Autoridades le llamaron paranoico, con delirio de persecución. Los resultados están a la vista: El pasado domingo fue encontrado asesinado y abandonado a la orilla de una carretera.
“Quien quiera que sea que ha usado su poder para dirigir estas agresiones, públicamente le tengo que decir que no entiendo indirectas, no publicamos mentiras o verdades a medias. El conflicto armado no declarado que azota al País aumentó gravemente la violencia en nuestra entidad y localidad, es un tema que no investigamos, preferimos mantener los micrófonos abiertos a la expresión ciudadana, manteniendo al margen de nuestra radio la política partidista y denunciando el más mínimo abuso de autoridad”.
Así Rafael, a quien apodábamos “el Falo”, se convirtió en el periodista número 122 en ser asesinado en México en los últimos 10 años según cifras de la organización Artículo 19.
Sirva esta columna para honrar su nombre y sirva la indignación de muchas y muchos para exigirle al Gobierno federal y estatal que su muerte no quede impune y, ya de paso, que revise el Mecanismo de Protección que a la hora de la hora ha servido de poco.
En homenaje a aquel joven lleno de ilusiones y alegrías que cumplió su sueño y a quien admiraré siempre, cierro con la misma frase con la que concluyó su escrito del 14 de noviembre: “Nuestra conciencia no tiene precio”… aunque -debo agregar- en un país como el nuestro tiene costos.

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