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NO ME GUSTA EL CHISME, PERO…

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Javier Macías García

Me encanta la atenta escucha de las conversaciones privadas en el trasporte público y en el restaurante (que en realidad es una cocina económica). Paro oreja cuando las discusiones y los reclamos se intensifican y cuando critican a algún integrante de su familia, los chismes del trabajo, sus problemas y sus cuitas de amor.

Confieso que, en el Metro o en el Metrobús, me gustan los esporádicos fisgoneos en las conversaciones de whatsapp y en las redes sociales de las personas que van sentadas o del ocasional compañero que viaja al lado. ¿Cómo se hace? Es sólo práctica. Como reportero aprendes a leer los documentos al revés. Cuando llegas a una oficina a solicitar una entrevista con un funcionario, escudriñas de volada los documentos, antes de que la secretaria se dé cuenta y los voltee o los guarde.

Me frustro y quiero intervenir cuando el tipo que viaja enfrente no hace la jugada que espero o cuando en su celular aparece la frase: “game over”. Me ha pasado (porque sí, sí me ha pasado), que me enoja cuando el viajero apaga su móvil, porque se baja en la siguiente estación. A veces, no importa, porque aparece otra víctima.

Me duele reconocerlo, pero llegan pensamientos de crítica hacia aquella persona que lleva la música a todo volumen y se escucha a metros de distancia, a pesar de los audífonos.

Y claro, estoy atento a los insultos y empujones de aquellos que se molestan porque no los dejan pasar o de los que salen corriendo o porque venían dormidos y se pasaron de estación. Lo que más me llama la atención es ese grito de “chinga tu madre, pendejo”, que se escucha dentro y fuera del vagón, pero que se emite una vez que el conductor ha cerrado las puertas del convoy.

En el restaurante, escucho la retahíla de insultos contra la mesera, porque se olvidó de traer las tortillas o cuando se tarda en pasar a cobrar.

Al final del recorrido en el trasporte público o de la comida, acomodo mi libro bajo el brazo; si, ese libro que desde hace semanas llevo conmigo, pero que no avanzo ni una sola página, con el pretexto de que es difícil leer entre la multitud y el movimiento del transporte o para evitar que se manche de salsa. En el fondo sé que es por el interés en el chisme y en la intromisión en los asuntos que no son de mi incumbencia.

De verdad, no me gusta el chisme, pero… de eso vivo desde hace casi… treinta y…, bueno, algunos años.

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