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LA ACELERACIÓN SOCIAL EN TIEMPOS DE LA PANDEMIA

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José Luis Flores Torres

La aceleración social es un signo de nuestra era, o bien diagnóstico de la modernidad acelerada como lo llama Zigmunt Bauman. Síndrome de la impaciencia, la espera ya no es de estos tiempos que van a mil por hora. Todo trascurriendo a ritmo del desplazamiento en las redes sociodigitales, en donde la rapidez no siempre convive con la eficiencia. Las imágenes fluyen por la pantalla, veloces, y los datos también, y todo junto parece una metáfora de lo que ocurre en el entorno social.
Así, desde la perspectiva de las ciencias duras, la aceleración se define como la magnitud física que caracteriza la rapidez con que varía la velocidad de una partícula. No obstante, como lo proponen autores como Harmunt Rosa, la aceleración también es un concepto que impacta en lo social y sobre todo en nuestro ritmo de vida.
El fenómeno, cabe señalarlo, no es nuevo ya que estudiosos de lo social indican que desde el siglo XVIII ya había signos que nos muestran la presencia de una noción de aceleración social que coincidió con una época que revolucionó el entorno tecnológico y productivo conocido hasta esos tiempos y que poco a poco estableció la aceleración como uno de los pilares que sostenía el sistema.
Esto es, la aceleración, nos obliga a acercarnos de manera puntual al concepto tiempo, en donde, tal parece que en el entorno de la modernidad conviven dos nociones de tiempo en donde hay cabida para un tiempo real y para una perspectiva por así decirlo, percibida o social del tiempo en donde la aceleración social implica que hacemos (o tenemos la sensación de que hacemos) más cosas en menos tiempo.
En tal sentido, la percepción del tiempo se convierte en un tirano en donde la sucesión de eventos está atada a lapsos cada vez más cortos. Y en tal escenario la tecnología ha sido un ingrediente detonante que ha alimentado este imaginario de lo múltiple.
De las multiplataformas al multitasking como factor que genera una idea falsa de la eficiencia que es esclavizante (y que conduce al hombre justo a la procrastinación) pero ventajosa para los empleadores. Para qué pago a tres empleados, si uno puede hacer el trabajo de todos, parece ser la lógica que guía el multitasking mal entendido.
La sensación es real y se dibuja en nuestra mente. Es eficiencia que tiene como derroteros una loca carrera por hacer más en menos tiempo. Es un escenario que excluye lo contemplativo y en donde se genera, como lo señala Byung-Chul Han, una sociedad de la eficiencia que avanza acelerada, pero enferma.
Así, todo este escenario parece entrar en contradicción cuando, en tiempos de pandemia, se nos pide cordura, serenidad y resguardo. Desaceleración obligada, pero en el fondo irreal. Dejemos de salir para evitar contagios; es la consigna. Cambiar la loca carrera por la eficiencia a cambio de la preservación de la salud se convierte en algo vital, pero poco atractivo y que parece no encajar con nuestros deseos y con la lógica del sistema.
Es decir, el conflicto aquí parece no dejar claro si esta desaceleración es real o bien, lo que tenemos es que la aceleración social solo se ha mudado de escenario y ha desarrollado nuevas características (y patologías). ¿Desaceleración obligada o bien hiperaceleración doméstica?
Al respecto, el propio Harmunt Rosa señala que es un error asumir los tiempos de la pandemia como una ralentización generalizada ya que viene acompañada de inquietud en medio de un escenario cargado de incertidumbre y de una aceleración tácita.
En tal sentido, quedarnos en el autoaislamiento no significa detenernos. Es decir, las fuerzas que impulsan al sistema capitalista al parecer no pueden detenerse. Tener un sistema de producción estancado, inoperante es algo fuera de todo pronóstico. Desastre económico o crisis sanitaria, el dilema parece falso, pero es real.
Por ello las ya no tan nuevas modalidades de consumo digital parecen consolidarse y en casa los afortunados que no perdieron su empleo aceleran su eficiencia en medio de un estrés de doble vía: miedo al virus y temor a no ser eficiente. En tal escenario, la noción de bienestar se diluye, y entra en crisis de manera injusta. En dónde quedó el sistema que, como señala Bauman, nos prometía felicidad a cambio de lealtad al estado. La crisis sanitaria genera la impresión de que es la gran culpable del rompimiento de este pacto social entre estado y ciudadanía. No obstante, para ser justo, este pacto ya estaba roto desde hace tiempo, décadas en las que el sistema aceleró su ritmo y transformó explotación en auto exigencia y convirtió el hiperconsumo en variable utilizada para medir el desarrollo.
En tal contexto, el derecho a la desconexión del entorno laboral es una exigencia no solo razonable sino urgente. Hacer mejor uso de nuestro tiempo entonces habrá de significar la desaceleración personal y la búsqueda de espacios en donde hacer viable este legitimo derecho a la búsqueda del bienestar.

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