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EL MIEDO AL OLVIDO

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Jorge Enrique González Castillo

Fui presa del terror a olvidar. Quería conservar en todos los niveles de mi memoria la imagen, olores, sabores, texturas, caricias, miradas y palabras de aquellas mujeres que me amaron o a las que amé durante mi paso por la universidad.

Pasaba la noche recordando en orden cronológico sus apariciones y sus adioses.

Después lo hacía a medio día. Luego en la mañana y en la tarde.

Aquello era una obsesión.

Así que cuando vi anunciado un curso que ofrecía el método para memorizar en segundos cuanto se quisiera me presenté con el instructor para decirle que no podía pagar la fuerte suma que costaba su servicio.

El hombre de corbata amarilla y lentes de fondo de botella escuchó con interés mi urgencia de fijar para siempre ciertos hechos y sensaciones.

Con una generosidad que nunca entendí, el hombre me regaló un libro usado y me dijo que ahí estaba todo lo que él enseñaba.

Leí el libro en media tarde. Usé el método y fui capaz de aprender unas 500 fechas históricas en 38 minutos. Tal vez 40. Lo usé para un examen de historia de las ideas y obtuve un 10 perfecto.

Perdí el libro en mis incontables mudanzas. Sé que alguien lo aprovechó para bien.

El método de supermemoria no fue necesario para que permanezcan imborrables aquellas chicas universitarias. Las sigo recordando varias décadas después.

En segundos mi memoria las recupera. Se hacen presentes con una nitidez que me asusta.

Hoy estoy empeñado en olvidarlas. A ellas y a las que completaron la historia de mi vida y de mi felicidad.

Son tantas que requiero un curso para olvidar tan potente como el que ofrecía aquel hombre de corbata amarilla y lentes de fondo de botella. Para extirparlas de manera definitiva en 38 o 40 minutos.

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