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ACCIONES QUE CAMBIAN VIDAS

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ConSentidoComundeMujer

María Esther González Aguilar

Hace días, recordaba algunas historias ordinarias que se convierten en extraordinarias por acciones que cambian vidas. Este fin de semana me encontraba en el mercado de abastos de mi ciudad, inesperadamente me aborda una mujer que, de sopetón me dice…soy Anita, siempre la recuerdo, su rostro y nombre no se me olvida…con mucho esfuerzo, limitaciones y sacrificio estudie la licenciatura en enfermería…aun guardo la muñeca…mis padres murieron, mi hermano sigue donde mismo…estoy casada, tengo dos hijos…mi trabajo y situación me permite ayudar a muchas personas, una promesa que hice cuando era una niña.
La historia contada en minutos no me dijo nada, el rostro no lo reconocí, me dejó sin habla, mi memoria se volvió un caos al intentar recordar quien era, donde, cuando, en cuales condiciones o circunstancias entré en contacto con ella, sin embargo sonreí, la escuché y le pedí me explicara, lo hizo y fue entonces que recordé todos los detalles de hechos ocurridos en 1995, días previos a las fiestas navideñas.
La historia en breve es la siguiente. Por las fechas, era complicado conseguir información, tenía que obtener material suficiente para el noticiario, mis pasos me llevaron hasta la oficina postal, el administrador me atendió con toda amabilidad, la entrevista transcurrió sin novedad, el tema final versó sobre que aún había muchas misivas de menores que enviaban su “carta al niño Dios”, al término, solicité autorización para leer una, al azar tomé la de Anita, ahora convertida en una buena persona y comprometida ciudadana.
En la carta, Anita pedía una estufa, un catre y láminas para su casa, recuerdo que los deseos de la niña me provocaron encontrados sentimientos por un lado comprobar la inocencia de los menores y por otro, las seguras carencias en que vivía. Con una copia fotostática de la carta, regresé al cotidiano lugar donde coincidí con un funcionario al que narré mi experiencia en la oficina postal, le mostré la copia de la “carta al niño Dios”. Sin más el funcionario dijo…puede venir mañana, si, contesté.
Al día siguiente llegó el funcionario y en una camioneta, la petición de Anita, más una muñeca y dulces. Con los datos llegamos hasta el lugar. Por razones de espacio no describo más detalles de la historia y la extrema pobreza en la que vivía la familia compuesta por los padres y dos hijos. Cuando explicamos de lo que se trataba, solo recuerdo ver llorar a la señora y escuchar un ¡gracias! del esposo que laboraba a corta distancia. Anita de unos ocho años, de inmediato abrió el catre se sentó y abrazó a la muñeca, de la dice fue su acompañante y aún guarda.
El funcionario me pidió no comentar nada y siempre respeté su deseo, pero su acto en favor de una familia cambió la vida de Anita, misma que durante la reciente plática me aseguró que la promesa y meta de superar su situación de niña, fue producto del fugaz evento que describo, por eso afirmo hay ¡acciones que cambian vidas! ¡Es cuanto!

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